Cara de turista.

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Al principio todo es sorprendente, el tamaño de los edificios, la gente en bicicleta y los precios de las cosas, eres un turista más y se te ve en la cara.

Llega el domingo, uno de esos en los que te levantas tarde, con ganas de que nada sorprenda vuelves a dormir, despiertas de nuevo, dos horas después, con ganas de hacer algo y sin saber que decides ir a comer, no por el hambre, más por el antojo y porque hay que hacerlo.

Así es como dio inicio mi primer día de la semana.

Metí en la bandolera tres revistas compradas el mes pasado y no he terminado de leer y por mi distracción ya fueron víctimas de un derrame de café sobre sus páginas, meto en el bolsillo del pantalón el indispensable reproductor de música (que también es teléfono celular) y en actitud de explorador desilusionado, con peinado de esperanza, me lanzo a la aventura y al vips más cercano.

En el trayecto marco a mi casa en Saltillo, me contesta mi mamá, nos contamos los planes del día, nos deseamos que sea bueno y nos decimos que nos queremos mucho (lo cual es extremadamente cierto).

Llego al restaurante pido un baguette de huevo con chorizo, una garrafa de jugo de tomate y café para el final (tome tres tazas).

Saque una de las revistas y empecé a leer, primero un artículo sobre el ultimo escandalo vuelto estrella del pop y después una entrevista a un asesino vuelto rockstar, vuelto ahora viejo rabo deprimido en prisión.

Comí, leí y me fui sin dejar propina.

Caminando por insurgentes sin objetivo, el plan era sentarme en la plaza donde está la escultura de Luis Pasteur y continuar con la lectura, pero una neurona le recordó a la otra que había una película nominada al Oscar que quería ver en pirata, así que para no delinquir, saque el celular active datos y cheque la cartelera, la cinta se proyectaba en el cine Diana y empezaba al diez para las tres, así que tenía 20 minutos para llegar.

Apresure el paso, desactive datos y le di play a la música, traigo las canciones en aleatorio para dejarme sorprender por el hada dj que vive dentro del aparatito, mientras cruzaba el mercado del arte, empezó a sonar “1, 2, 3 go” de Belanova, versión sinfónica, se terminó y la puse otra vez y otra vez, hasta que aterrice en el cine, y es que la orquesta suena divertida y poderosa.

Llegue en el tiempo justo, ya estaban los comerciales, mas no los cortos.

La película me gusto desde el principio, por contemporánea y futurista, por sus colores sentimientos e ideas.

En una parte plantean la idea de cómo serían las cosas si alguna parte del cuerpo estuviese en otro lugar, por ejemplo el ano en una axila ¿Cómo serían los baños? ¿Cómo sería el sexo anal?.

Me acorde del chiste de “chúpame los huevos”

Se terminó la película que por cierto se llama “ella”.

Me fui caminando por la calle de Hamburgo, generalmente lo hago por Reforma, pero tenía ganas de seguir viendo cosas diferentes… en Zona Rosa, entre a una librería y dos tiendas de discos, seguí caminando y hasta Reforma 222, esa plaza me gusta mucho, por blanca, por práctica, por sus salidas y sus entradas y ahí compre un libro.

“La verdad sobre el caso Harry Quebert”, que presumen es uno de esos libros que te atrapan de principio a fin, un best seller, es bueno leer estos libros, son ligeros aunque parezcan ladrillos y son muy entretenidos, además no todo en la vida son clásicos ni cine de arte, es bueno tener cosas como esta para no andar de mamon por la vida.

Salí de la plaza a buscar algo que beber, eso de meterte 3 litros de agua diario se vuelve adictivo y yo no había tomado nada más que jugo de tomate y café.

Ya con botella de agua en mano, me senté en una de esas bancas raras de reforma y me puse a leer la nueva adquisición.

Cerca había una pareja platicando, y al otro lado una mujer también dada a la lectura.

Pues las reseñas no mienten,si engancha, ahí me avente el primer capítulo y subraye algunas cosas, siempre rayo mis libros, es la forma en que me comunico con ellos, les demuestro cariño y respeto.

Cuando empezó a oscurecer decidí regresar al depa, caminaba por Insurgentes cuando uno de los chicos que limpia parabrisas, cerca del monumento a la madre me pidió una moneda, cosa que me pone mucho muy nervioso porque… bueno digamos que aquello era un deja vu.

 La verdad es que no traía monedas, así que el chavo me dijo que le diera agua, le deje la botella a la que le quedaba como medio litro, en ocasiones me dan ganas de invitarles unas pizzas a esos chavos, pero me da miedo vivir la fábula de la rana y el escorpión.

 Ya en el depa, y la intención era prender la computadora y empezar a escribir todo esto, pero la salita fusión comedorcito, estaba ocupada y traía ganas de más soledad, así que me llene un vaso de agua y me encerré en el cuarto, puse música en inglés porque esa no me distrae y empecé a escribir en mi cuaderno de notas que tengo muy abandonado.

 Entre otras cosas, tenía que sacar la ropa de la lavadora, pero ya lo habían hecho, me hablaron para planear el viaje de alguien más y pagarlo (ojala un día tenga amigos así de esplendidos).

 Me termine el café, el vaso del agua esta medio lleno, y la bolsa de doritos también, detrás de la puerta de mi cuarto suena un jazz muy pop.

Y ya no me siento turista en este lugar, y te das cuenta de eso, cuando una sonrisa es más sorprendente que los edificios y es que el ver como alguien pela los dientes en esta ciudad no es común.